En Cuenca, donde no hay playa, ni la influencia marina domina el paisaje y el paisanaje, la Guardia Civil ha denunciado este año 520 construcciones ilegales, la mayor cifra de toda España. Le siguen las islas Canarias, Murcia y Málaga en esta tabla de perversiones. Pero en Castelló, lo que se dice en Castelló, donde la prensa ha denunciado miles de casas sin permisos, la Benemérita sólo ha puesto siete denuncias. Siete. Y en Valencia, donde se cierne el apocalipsis del cemento y los políticos y los ayuntamientos se persiguen a ladrillazo limpio, el cuerpo sólo ha detectado 27 irregularidades. ¿Y en la provincia de Alicante, crisol, fundamento y paradigma de las construcciones indebidas, señuelo de debates y políticas que arman dialécticas a la vez que corrigen andamios ilícitos? Pues, nada, oiga. 76 denuncias. La cosa, como se observa, no cuadra. O la Guardia Civil de Cuenca es de una meticulosidad profesional sobrecogedora o aquellos campos y aquellos montes han de constituir un escándalo urbanístico sin igual, sembrados de tabiques ilegales palmo a palmo. Y tampoco cuadra el nivel de ruido que sobrevuela estos pagos por esas mismas casitas ilegales y los escasos informes negativos que ha levantado la Guardia Civil. Al menos, en 2006. El tinglado. Lo dice un personaje valenciano, que le da a las neuronas (no como otros). «Si en Cataluña se hablara castellano y el Ebro se secara, la política del PP se acabaría.» Caben, desde luego, matices, pero el diagnóstico es tan certero como fulminante. Y expresa buena parte del tránsito de la derecha valenciana desde la transición. De la derecha política y la derecha sociológica. Hoy se suma a ese discurso el victimismo por el agua. Mañana, quizá el eje mediterráneo. Después... Pero todo es lo mismo. Todo el tinglado forma parte de la misma farsa. Un aburrimiento, si bien se mira.
Jesús Civera en DIARIO LEVANTE
lunes, octubre 23, 2006
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